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Horas
de lucha
Manuel
y Defín Lévano en el recuerdo.
Acaba
de aparecer La utopía libertaria en el Perú (Fondo
Editorial del Congreso), que recoge el espíritu de los obreros anarquistas de
inicios del siglo XX, padres de la lucha por las ocho horas de trabajo.
Conversamos, con César Lévano, uno de sus autores y nieto e hijo de estos
pioneros.
1901. El siglo veinte se inicia en
Lima con una huelga de panaderos. La ciudad acostumbrada al consumo de pan
(en una panadería popular de la época se podían encontrar hasta trece
variedades), siente la pegada. A partir de entonces se sucederán diversas
paralizaciones en 1904, 1905, 1912, 1918 hasta la consecución de la jornada
de las ocho horas de trabajo en 1919. Los gestores de estas luchas fue un
grupo de obreros panaderos olvidado por la historia oficial, que sin embargo
logró organizar a los diversos sindicatos de Lima y otras ciudades alrededor
de las ideas anarquistas de Manuel González Prada. Eran tiempos difíciles.
Estos hombres tenían que trabajar de noche, de doce a quince horas, en
condiciones paupérrimas, y su despido dependía más o menos del humor del capataz
de turno. Aún así se dieron tiempo y maña para organizar a los dispersos
gremios obreros, escribir artículos, editar periódicos, animar veladas
sindicales y fundar centros culturales en Barrios Altos, La Victoria, Vitarte
y otros barrios de la ciudad. Dos de las cabezas visibles de este movimiento
fueron Manuel Caracciolo Lévano Chumpitás y su hijo Delfín Lévano, ambos,
ahora, rescatados del anonimato por un libro que recoge de primera mano la
historia del anarcosindicalismo peruano.
El volumen es una compilación de
discursos, artículos, manuscritos, conferencias y material poético y en prosa
del movimiento y su coautor -junto a Luis Tejada- es el periodista y profesor
universitario César Lévano, hijo y nieto de estos dos pioneros.
De voz sosegada, pero vigorosa, Lévano
siente que ha pagado un tributo personal e histórico, pues el libro no es
solo un relato intimista de dos luchadores sociales, sino también una fuente
indispensable para los historiadores, quienes, en adelante, no podrán eludir
los hechos que aquí se narran. “Para mí ellos son como los Guamán Poma del
movimiento obrero inicial”, dice.
¿El
libro es una recompensa histórica de los obreros anarquistas de inicios del
siglo XX?
Manuel Gonzalez Prada
El movimiento anarquista peruano tiene
como maestro a Manuel González Prada. Ese aristocratismo que se le reprocha a
González Prada no es cierto. Él iba al callejón donde yo nací (jirón Mapiri,
hoy Aljovín) a visitar a mi padre. Esa fue la gran influencia ideológica de
ellos. Él les enseñó, sobre todo, que las reivindicaciones sociales no
servirían de nada si el trabajador no tenía un afán por la cultura y la
dignidad. Y no solo el trabajador de la ciudad, sino también el indio y el
campesino. Hay huellas del trabajo de los anarquistas en Lima, Trujillo, Chiclayo,
en la sierra central, Cusco, Puno. Es evidente que este movimiento ayudó al
nacimiento del Apra y del Partido Socialista de Mariátegui y también fue
fuente del indigenismo de los años veinte en el Cusco, muchos de sus miembros
eran ex anarquistas o anarquistas.
El
movimiento tenía como padres intelectuales a los anarquistas rusos.
Yo creo que la mayor influencia no fue
Bakunin, sino Kropotkin, el príncipe ruso. Pero a diferencia de los
anarquistas de otras partes, que eran violentos, ellos nunca incidieron en un
acto terrorista, nunca pusieron una bomba ni mataron a un gobernador, ni a un
presidente, jamás. Su interés mayor estaba en organizar el movimiento obrero,
después buscaban la reivindicación social y un componente importante de su
discurso fue su vocación de cultura y su sentido de lo nacional. Luego,
tenían un sentido ético y moral muy grande y el valor que más proclamaron fue
la solidaridad. En el pabellón de los tejedores de Vitarte está la palabra
“Solidaridad”, que según me contó Héctor Merel, un vitartino de la época, fue
puesta por mi padre.
Ochenta
años antes de Walesa.
(Risas). Sí, pues. Ese sentido de la
solidaridad y desde luego su apartamiento de la política. Hasta el último,
ellos no creían ni en el aprismo ni en el socialismo. Creían más en una
especie de utopía libertaria, que el movimiento obrero podía hacer colapsar
al capitalismo, sin la ayuda de ningún partido.
Una
aclaración importante del libro es sobre quiénes fueron los gestores de la
jornada de las ocho horas, ¿Haya no fue el padre de la idea como muchos
piensan?
En el libro se recoge el discurso de
mi abuelo del 1 de mayo de 1905, donde él plantea la conquista de las ocho
horas. También se reproduce el fragmento del estatuto de la Federación de
Panaderos La Estrella del Perú y ahí dice con mucha claridad, “luchar por las
jornadas de las ocho horas”. Ellos comenzaron esas luchas. En 1917, en
Huacho, hubo una matanza terrible (150 mujeres), cuando las fuerzas del
Estado reprimieron una movilización de campesinos que reclamaban las ocho
horas de trabajo, y en esa época el señor Haya de la Torre todavía no había
venido a Lima.
El compañero Delfín Lévano, leyendo La Protesta
Sobre
la actividad cultural de los anarquistas, siempre me causó impresión cómo,
siendo obreros, podían tener ese gusto por el teatro, la poesía, incluso la
ópera.
Lo interesante es que tanto el Centro
Apolo (creado en 1906) como el Teatro de Vitarte eran de obreros. Ellos
ponían obras teatrales de Florencio Sánchez, quien es hasta ahora el mayor
autor teatral que ha dado América Latina, y quien creó la obra El canillita, nombre
con el que desde entonces se conoce a los vendedores de periódicos. Ellos
hacían adaptaciones de obras de Tolstoi, y si uno piensa ese era el mejor
teatro de Lima en ese momento, interpretado por hombres y mujeres
trabajadores. Hay una entrevista que le hacen a Carlos Revolledo, el actor
teatral de la primera mitad del siglo XX, y él contaba que se inició en el
grupo teatral obrero y que hacían teatro de la calle, imagínate cien años
antes.
¿Cómo
eran estas jornadas culturales?
Eran veladas. Hacían el programa en
los capillos de bautizo, y uno se asombra de lo que ahí se anunciaba: se
cantaba la internacional, que era el himno de los trabajadores, después
alguien recitaba, otro cantaba un aria de ópera, algo increíble. Y después,
venía la fiesta propiamente dicha. Los sindicatos eran movimientos sociales y
culturales.
Cuando
salió Horas de lucha, el libro de González Prada, se hizo una
gran velada para recibirlo.
Sí,
pero la más importante fue la del 1 de mayo de 1905, cuando González Prada
pronunció su discurso El intelectual y el obrero,
un acto decisivo en el sindicalismo peruano, que tuvo un peso y una
trascendencia enorme. En esa misma ceremonia mi abuelo pronunció el discurso
donde reclamaba por las ocho horas de trabajo. Ambas intervenciones fueron
publicadas en La Prensa, el 2 de mayo de 1905.
El
libro también recoge importante material en prosa y en verso y muchos textos
son firmados por Lirio del Monte, ¿quién era este personaje?
Era mi padre. Se llamaba Delfín Amador
Lévano Gómez y a veces firmaba como Amador Gómez. Mi abuelo también firmaba a
veces como Manuel Chumpitás o Comnalevich. Pero normalmente mi padre era más
literato.
Ahí
se recoge el cuento Noche de Navidad, que es un relato áspero, de gran
intensidad, y que denota, además, el nivel cultural de su autor. Pocos
podrían pensar que se trataba de un trabajador panadero de entonces.
Sí, cuando estábamos armando esta
edición, Rafael Tapia, (del Fondo Editorial del Congreso) se sorprendía de la
energía de estos hombres. Tenían un estilo de luchadores, que entregaban el
alma, aunque siempre eran equilibrados emocionalmente.
¿Y
cómo se fue apagando el movimiento?
Surgió
la división, y al mismo tiempo fue emergiendo el aprismo y después el
socialismo. Pero también hubo una represión muy fuerte durante el gobierno de
Leguía y después durante las dictaduras de Sánchez Cerro y Benavides.
Entonces, quedaron los apristas y comunistas, que tenían ideas más modernas.
Pero se perdió ese sentido del sindicato como instrumento de cultura. Ahora
para el 1 de mayo hay sindicatos que organizan bailes, juegos de fulbito, y
ni se acuerdan el significado de esta fecha.
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Entrevista a Cesar Lévano sobre el Anarquismo en el Perú
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